Malo para el bebé (Bad for the Baby)
Esta mujer me está cortando el pelo, y no debería odiarla por eso, pero lo hago. Odio que valga la pena tener un mejor pelo del que te podés permitir, aunque solo sea por el rato en que la gente va a asumir que sos una mejor persona de lo que sos, que tenés más plata. Me puse la ropa de marca incluso a sabiendas de que ella sabe que lo hago por ella. Pero no importa, las dos trabajamos para conseguir lo mismo: un turno cada tres meses y una propina del quince por ciento.
Desde la última vez que vine, quizás, está más gordita. Supongo que podría estar embarazada, pero no lo suficiente como para preguntar. Pienso en los químicos que usan acá, y si serán o no malos para el bebé. Supongo que tenés que dejar que las personas tomen sus propias decisiones sobre si quieren o no un bebé químico. Supongo que lo investigó un poco, aunque no podés confiar en que la gente haga eso. Quizás necesita la plata.
Ella tiene ese tipo de trabajo en el que aprendés a distinguir entre las personas que tienen plata y las personas que no, incluso cuando vos mismo no la tengas. Y por eso pensé que ella podría decir que yo no. Pero quién sabe, tal vez hoy la engañé con mis pantalones de oficinista y esta blusa, que no es adecuada para el clima. No. Algo siempre está fuera de lugar, y es así como sabés que alguien es pobre. Pero al menos podría ser pobre y tener un lindo pelo.
No me extrañaría que ella lo estropeara solo para mantener el orden natural. Para asegurarse de que no pueda engañar a los demás. Pensé en el corte de pelo que ella le haría a otra mujer, a alguien mejor; en el buen corte de pelo real, en el buen trato real que ella había decidido que yo no merecía; en el falso corte que me está haciendo, que parece real, pero que le indica al resto del mundo que algo no está en su lugar.
Sobre el bebé llevaba pantalones cortos y, aunque la vi cada tres meses durante años, nunca antes había visto ese tatuaje. Tan pronto como lo hice, me partió.
Era el mismo que tenías.
Que tenés.
Que no tenías cuando te conocí, que después tuviste, y que todavía tenés incluso ahora que ya no te conozco.
El gorro rojo que usaba Bill Murray en esa película de Wes Anderson, que cuando la vimos dijiste que era de outsider. Te dejé decirlo porque ya sabía que quería amarte; estuve de acuerdo cuando dijiste que la película no era lo que normalmente (yo) vería en el cine; no dije nada sobre los otros hombres que me habían mostrado películas más fuera de la norma todavía; ni sobre la música que escuchaba cuando estaba con ellos, ni sobre cómo Pink Floyd no estaba tan fuera del mainstream como vos creías.
Apuesto que ella desea no haberse hecho ese tatuaje, y tal vez eso es lo que está pensando cuando golpea mi cabeza con el extremo equivocado de la secadora. O tal vez tenía un ex cuyo tatuaje coincide con el de mi hombro. Lo único que podemos saber con certeza es que ella es la que tiene todas las herramientas mientras yo permanezco confinada bajo esta capa de plástico que me convierte en una cabeza. Es difícil tratar con dignidad a alguien que es solo una cabeza, especialmente cuando tiene el pelo mojado.
Le sacás el pelo a alguien, alguien cuyo pelo, se supone, debería estar ahí, y ya no es la persona que pensabas que era. Por eso se lo hacen a los presos. La humedad simplemente lo disimula.
Hay otra película de Wes Anderson donde alguien se rapa a cero en la bacha antes de intentar suicidarse, y falla. Recuerdo haber pensado que ese pelo quedaría cuando él se fuera, obstruyendo el desagüe si alguien no era lo suficientemente inteligente como para juntarlo bien antes de abrir la canilla. Pero ya sabés cómo es la gente, empeoran las cosas, las hacen más difíciles. Me dijiste que vos también habías pensado en ese corte de pelo y ese desagüe, y pensé que eso podría hacerte tener más experiencia en la vida de la que tenías. Ahora sé que casi todo el mundo piensa en quitarse la vida en algún momento, especialmente la gente que ve películas de Wes Anderson.
¿Y después de todo, cuál era el problema que tenías con mis tatuajes? Eran las cosas equivocadas, en los lugares equivocados, en los colores equivocados. Hasta que vos te tatuaste ese gorro, los tatuajes eran para gente mala, gente estúpida, gente que no sabía que lo que tenés que hacer en la vida es fingir ser otra persona si querés salir adelante.
─¿Y qué si eso es lo normal para la gente que viene de donde vos venís? No admitas de dónde venís, la gente que viene de donde vos venís no llega a ningún lado. Yo no lo sabía.
Sin embargo, sabía cómo destapar tu desagüe.
Ella saca la plancha, y sé que está tratando de encubrir algunos errores que yo no había notado. Ponen ese espejo gigante justo delante tuyo, pero es de mala educación mirar, mirarla a los ojos, verla trabajar mientras estás sentada ahí. Me gusta no hablar y mirar por la ventana. Hay unos hombres uniformados, guardias privados o algo así, y un tipo que pasa arrastrando los pies con una lentitud desesperante, vestido con ropa de Cáritas, o del Ejército de Salvación. El tipo de ropa que se produce cuando se lava junto con suéteres, se abultan dentro de mochilas, se desgasta de tanto uso, se estira hasta las rodillas de alguien, se homogeneizan los colores en cierta forma del gris y del marrón. Podría pretender mirarlo a él en vez de a ella, y todos estaríamos mejor.
Ni siquiera te vi entrar, pero era una de esas noches en que nuestro bar organizaba uno de sus eventos, algo que ver con los zurdos de capital. Pero esos eventos eran iguales que cualquier otra noche del fin de semana, excepto que había pizarras y carteles diciendo por qué estábamos bailando. Recuerdo estar feliz y pensar cuánto tiempo había pasado desde que había sido feliz, y después preguntarme si sabía lo que se sentía. Si sentía lo suficiente como para saber. No te vi entrar pero, para cuando lo hiciste, había dejado mi bolso en una esquina y mi trago sobre la mesa del disc jockey, que nunca iba a poner lo que yo quería que él pusiera. Y con buena razón, porque nada de lo que alguna vez quise escuchar haría feliz a la gente. Viniste detrás de mí y bailaste, te moviste entre la multitud hasta que me tuviste justo enfrente, y pensé que tal vez, tal vez esta vez estaríamos bien, solo por un tiempo, y nadie lastimaría a nadie. Pensé que teníamos una tregua de silencio y que por un momento podríamos seguir bailando juntos y salir a la noche otra vez. Después te inclinaste hacia adelante, y cuando pensé que me ibas a preguntar cómo estaba o dónde había estado todos esos años, me dijiste: "Todavía te amo. ¿Sabés?"
Supongo que lo sabía, o que lo esperaba, y podría incluso haberte amado, pero sabía que no quería sufrir.
¿Cómo fue que decidiste rendirte? ¿Qué pasó para que siempre quisieras llegar tan tarde a casa y salir tan temprano? ¿Qué demonio te susurró al oído lo que te hubiera hecho si volvías? ¿Por qué no dijiste algo así el año anterior, o el año anterior a ese, o el año anterior a ese?
¿Por qué no pudiste conocer a alguien antes que yo que te hubiera amado? ¿Por qué no aprendiste cuando eras joven qué hacer con las personas cuando te importan? ¿Por qué pensaste que siempre tenías que hacer que doliera para sentir algo? ¿Qué cosa mala había hecho ya en la vida para merecerte? ¿Cuánto tiempo habían ido mal las cosas antes de que nos conociéramos?
¿Cuántas paredes golpeaste desde la última vez que hablamos y quién las está arreglando? ¿Qué te está diciendo ella sobre lo que pasó entre nosotros? ¿Que te está diciendo ella acerca de por qué ella no es igual que yo? ¿Qué diablo hizo el mundo que te hizo primero y segundo me hizo encontrarte? ¿Qué te hizo llamar borracho a las 3 de la mañana para decirme que ella estaba embarazada cuando, tres semanas después, no habrías tenido que hacerlo?
¿Por qué no pudiste encontrar a alguien más además de mí por quien vivir?
Lloro mirando al hombre de afuera con el suéter arratonado; me pregunto si ella podría darse cuenta, o si estará acostumbrada a que la gente llore en su silla. Hubieras pensado que es bonita, y me lo hubieras dicho. Me habrías hecho saber, pensando que estaba bien, que yo no era la única mujer en el mundo, cuando todo lo que yo quería era serlo. Invento una vida alternativa en la que vos y mi peluquera se hicieron los tatuajes juntos, mientras estábamos juntos. El gorro rojo de Steve Zissou como un recordatorio para siempre de que, por mucho que lo intente, siempre habrá otra además de mí, y que la vas a encontrar eventualmente. Miro las diferentes tijeras, las navajas, pienso en cuáles podría usar para arrancarle ese tatuaje un poco por debajo y al costado de su ombligo.
Pero sería malo para el bebé.
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